8 de mayo de 2009

2. Un Buen Hombre

Paco es un buen hombre. Todos lo adoran. Tiene unos treinta y tantos, alto, robusto, con un poco de cara de bobo ingenuo. Es un cariñoso marido que se derrite al coger a su bebé recién nacido en sus fornidos brazos, en fin, un sentimental. Además se indigna muchísimo cuando ve alguna injusticia: su expresión apacible y cándida se desfigura, la decepción y la rabia hunden sus ojos, mientras que sus manos, que antes protegían y acariciaban, ahora se cierran en puños. Sus emociones se excitan desmedidamente por cualquier motivo. “¡Esto tiene que acabar!, ¡ya no puedo vivir así!, si tan solo pudiera dejar de sentir tanto todo” se decía a sí mismo moqueando, “¡ya sé!, iré al médico”, se dijo sonándose la nariz con la manga y caminando a toda prisa.

-Y diga, cuando dice que no quiere sentir tanto ¿a qué se refiere usted, exactamente? -pregunta la doctora de cabecera.

-Pues a que sufro mucho, cuando mis amigos sufren, yo me siento profundamente abatido, cuando veo una injusticia me vuelvo loco de rabia, y no soporto la pena que me producen los desamparados, los viejos, los vagabundos... -solloza llevándose las manos a la cabeza.

-Por sus síntomas noto que su problema es que es usted un buen hombre, actualmente la ciencia ha avanzado mucho, y precisamente aquí tengo unas muestras de un fármaco nuevo -la señora saca unas cápsulas marrones y rojas, y a Paco le viene a la mente el eslogan publicitario del anuncio de televisión donde las vio: "Antitristira, te quita la pena, te quita la ira".

-Tome una al día, y venga la próxima semana

Paco nunca se sintió mejor, había tomado el medicamento y salió a la calle para ir al trabajo. De camino vio a un joven con piernas torcidas que se trasladaba con dificultad: lo miró, le sonrió, y siguió adelante sin que su rostro perdiese un vatio de luminosidad. Se sentía feliz, y ya nada se lo arruinaría. También vio a una embarazada que palidecía de la náuseas y a la que nadie cedía el sitio en la guagua. La ira que hubiese sentido su antiguo yo hubiera hecho explotar las ventanillas del vehículo, pero ahora estaba extrañamente plácido, tampoco podía sentir pena por la preñada.

“Jamás dejaré de tomarme esto, ya he comprobado que se puede ser buena persona sin sentir nada, así que ¿para qué volver a mi antiguo yo?” se decía satisfecho.

Al abrir la puerta de casa se encontró con una extraña escena, su mujer estaba tirada en el suelo abrazada al perro y llorando profusamente mientras le acariciaba su enorme cabeza de Labrador.

-Cuando regresé de la compra vi a Peluso en esta esquina del salón, pero al ver que no venía a recibirnos tuve un pálpito y acabo de darme cuenta que está muerto, mi Peluso, ¿estaba bien cuando tú lo dejaste para ir al trabajo esta mañana temprano? -la voz de la mujer salía entrecortada.

-Sí Feli, cuando me fui estaba bien -contestó seguro.

En la cara de Paco se reflejó sorpresa pero acabado en ese punto el repertorio emocional de su nuevo yo, volvió a estar radiante de alegría.

-Iré ahora mismo a llevarlo al barranco para enterrarlo, en la gaveta hay unos sacos para escombros que compré ayer, sí, con uno dará, bueno mejor dos, que hace calor y se pudrirá rápido, llevará muerto un par de horas. De todos modos con la niña ya no teníamos mucho tiempo para sacarlo, y nos íbamos a gastar un dineral en operarlo, y total, con lo viejo que estaba casi mejor así, para que no sufra. Pero, mujer, no te quedes ahí parada, abre la puerta, que pesa, gracias cariño -y salió tan sereno.

-Qué extraño, normalmente él es el que se hunde más en estas situaciones pero ahora, parece muy tranquilo, ¡mi Paco, qué bueno es, que esfuerzo habrá tenido que hacer para aguantarse las lágrimas y así no entristecerme más a mí, quería tanto a ese perro -pensaba complacida.

Una hora más tarde el marido llegó, se duchó y se sentó a su lado. Ella esperaba que se derrumbase en su regazo en cualquier momento, pero eso no ocurrió, así que fue ella la que colocó la cabeza de él en su falda y se la acarició dulcemente, era la forma en la que ella lo consolaba de sus pequeños sufrimientos diarios y que solía provocar en él la catarsis. Pero tampoco funcionó, lo que es más, era tal su expresión de satisfacción que su mujer paró de pronto de tocarlo y reflexionó. Entonces un temblor sacudió su cuerpo, palideció y sintió que todo el calor de sus miembros huía. En un impulso lo levantó de sí bruscamente dejándolo sentado de nuevo.

-Pero, ¿qué pasa cariño?, ¿he hecho algo malo?” dijo desconcertado.

-¡Tú sabes lo que has hecho!, ¡vete!, nunca pensé que fueras capaz de algo así, no puedo vivir con un hombre como tú” afirmó ella fuera de sí y sin más explicación lo obligó a marcharse.

Tres días más tarde Paco recibe una llamada, es su esposa:

-Paco, si estás arrepentido, te perdono

-¿Arrepentido, de qué?

-Ya lo sabes, ¡de envenenar a Peluso!

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