8 de mayo de 2009

4. La Desaparición

Magnolia era una mujer seria. Organizaba exhaustivamente sus actividades, la simple idea improvisar le daba terror.

Un día se levantó a la hora acostumbrada, tomó café con un bocadillo, y se vistió con lo que se había convertido en su uniforme de trabajo: un traje de pantalón y chaqueta, y una blusa de manga larga. Ya que que trabajaba eMagnolia era una mujer seria. Organizaba exhaustivamente sus actividades, la simple idea improvisar le daba terror.

Un día se levantó a la hora acostumbrada, tomó café con un bocadillo, y se vistió con lo que se había convertido en su uniforme de trabajo: un traje de pantalón y chaqueta, y una blusa de manga larga. Ya que que trabajaba en un instituto de secundaria en el que los alumnos solían excederse en las confianzas y desmadrarse con facilidad, insistía en la formalidad para potenciar su autoridad. Sobria y discreta jamás revela a sus alumnos nada relacionado con su mundo privado, pues siente pánico al pensar que puedan usar esa información delicada para humillarla, avergonzarla o simplemente, juzgarla.

Sin embargo, ese día no fue como ella lo hubiera planeado. Cuando se condujo a la zapatera a buscar sus zapatos negros con un poco de tacón, he ahí lo que vio: nada. Sus zapatos, todos, se habían evaporado, no estaban, ninguno. Profundamente turbada, empieza a corretear nerviosa por el piso, “¡No puede ser!, ¡no puede ser!, yo siempre dejo mis zapatos ahí, ¿los habrá cambiado de sitio Jackey?, y así seguía rebuscando muy alterada, transpirando y vociferando.“Bueno Magnolia, concéntrate, se lógica -se dijo- el hecho es que tus zapatos no aparecen y sólo faltan diez minutos para salir, así que, la única opción que te queda es cogerle unos prestado a Jackey, no hay remedio, no puedes llegar tarde”.

Aunque su marido era mucho más alto que ella, Magnolia era bastante menuda, por casualidades genéticas tal desproporción no se daba tanto en el tamaño de sus pies, por lo Jackey solo usaba una talla más de zapatos que ella.

Así que nuestra mujer se vio ante sí con un extraño abanico de opciones. Con su deducción innata descartó los imposibles de llevar, por ser demasiado masculinos o por estar estropeados y vio que no había mucho para elegir, así qué, después de la eliminación selectiva solo quedaban unas zapatillas deportivas. Recuerda la discusión que mantuvo con su marido respecto a ellas. Él, en plena crisis de los cuarenta, intentando volver a ser un adolescente se compró las zapatillas más caras y ostentosas que encontró: enormes, con cámaras de aire y una luz roja en el talón que se enciende al pisar, lo último. “Ni se te ocurra acercarte a mí por la calle con esas cosas puestas, que digo que no te conozco, ¿eh?, todo ese dinero malgastado para nada, que horterada”. Y ahora era ella la que las iba a llevar, se convertiría en carne de cañón, una causa de broma fácil, de escarnio, de vilipendio. “Sólo será hoy -se dijo- será un día horrible pero ignoraré cualquier comentario que escuche al respecto”. De modo que se cambió su traje por una camiseta blanca y nos vaqueros para no desentonar con el nuevo estilo de calzado.

De espaldas a la clase escribía el tema del día en la pizarra mientras lo pronunciaba en un perfecto inglés. Un cuchicheo débil podía apercibirse como un enjambre de abejas en movimiento. Escuchó que alguien mencionaba su nombre en medio de una conversación. Algunos la llamaban “la Borde”, otros “la Magno”, y en su presencia “la Seño”. No quería admitirlo, pero, efectivamente estaba ocurriendo lo peor, todos hablaban de ella y sólo era cuestión de minutos que alguno de los cabecillas de grupo la denigrara en publico. Temía especialmente a Félix, un mulato grandullón con gruesas cadenas de oro que era especialmente cruel.

Fue entonces cuando Félix, el rey de los villanos, la llamó con su voz grave, “Seño, Seño”.

Magnolia, tan aleccionada como estaba de no seguir el juego de burlones, lo ignoró. Pero el chico insistía, irritado por el caso omiso a sus llamadas de atención. Magnolia se mantuvo en su determinación por un instante pero después comenzó a flaquear.

La coordinación de su mano derecha comenzó a estar seriamente comprometida, su corazón palpitaba aprisa, podía notar una fuerte sacudida con cada latido y sudaba profusamente. Su hermoso rostro comenzó a transfigurarse: su grandes y preciosos ojos castaños empezaron a enrojecerse y parpadear rápidamente, sus labios, fruncidos, formaban una línea vibrante, su ceño, contrito, aguantaba cada vez más tensión, y ocurrió lo que temía más: explotó.

Primero fue un llanto silencioso, luego vinieron los hipos y luego los mocos. Sentada a su escritorio su aspecto y su postura inspiraba de todo menos formalidad, el pelo revuelto, la cabeza apoyada sobre la mesa, la hojas de la lección desteñidas de tanto líquido elemento, y aquellas zapatillas, cuánto las detestaba, por qué, por qué no se quedo “enferma” en casa. Ahora no sólo la ridiculizarían por su ropa sino, lo que es más grave, por su verdadero yo. Aquella mujer, aparentemente férrea, era, realidad, como una niña, una criatura soñadora y sensible. Aquello que la hacía adorable la dotaba al mismo tiempo de un halo de vulnerabilidad. Vulnerabilidad la cual ella intentaba ocultar tenazmente y que ahora estaba abiertamente expuesta.

El silencio se adueño del aula, entonces, un líder de los rebeldes habló.

-Seño, ¿está mala?, ¿alguien le ha hecho algo? -dijo Marcos demostrando una compasión hasta el momento desconocida en él.

-No te hagas el tonto ahora Marcos, los estaba escuchando, sé que se estaban burlando todos de mi ropa, lo escuché -decía sonándose con fuerza justo en la “ché”.

-Que no Seño, juraíto que no nos reíamos de usted -decía mientras besaba una imagen que llevaba al cuello.

-Y entonces ¿ese cuchicheo por ahí detrás?, escuché mi nombre, ¡hablaban de mi!, ¡no me mientan! -decía ella mientras se limpiaba los pegotes de máscara de pestañas con toda su voluntad.

-Félix díselo -dijo Marcos

Félix se acercó a la mesa y estrechando con su neumático brazo la pequeña espalda de su profesora se levantó su gigantesco pantalón de deporte hasta los tobillos.

-Seño, ¿sabe que yo también uso las convert-air? Y guiñándole un ojo se señaló a las zapatillas deportivas.

n un instituto de secundaria en el que los alumnos solían excederse en las confianzas y desmadrarse con facilidad, insistía en la formalidad para potenciar su autoridad. Sobria y discreta jamás revela a sus alumnos nada relacionado con su mundo privado, pues siente pánico al pensar que puedan usar esa información delicada para humillarla, avergonzarla o simplemente, juzgarla.

Sin embargo, ese día no fue como ella lo hubiera planeado. Cuando se condujo a la zapatera a buscar sus zapatos negros con un poco de tacón, he ahí lo que vio: nada. Sus zapatos, todos, se habían evaporado, no estaban, ninguno. Profundamente turbada, empieza a corretear nerviosa por el piso, “¡No puede ser!, ¡no puede ser!, yo siempre dejo mis zapatos ahí, ¿los habrá cambiado de sitio Jackey?, y así seguía rebuscando muy alterada, transpirando y vociferando.“Bueno Magnolia, concéntrate, se lógica -se dijo- el hecho es que tus zapatos no aparecen y sólo faltan diez minutos para salir, así que, la única opción que te queda es cogerle unos prestado a Jackey, no hay remedio, no puedes llegar tarde”.

Aunque su marido era mucho más alto que ella, Magnolia era bastante menuda, por casualidades genéticas tal desproporción no se daba tanto en el tamaño de sus pies, por lo Jackey solo usaba una talla más de zapatos que ella.

Así que nuestra mujer se vio ante sí con un extraño abanico de opciones. Con su deducción innata descartó los imposibles de llevar, por ser demasiado masculinos o por estar estropeados y vio que no había mucho para elegir, así qué, después de la eliminación selectiva solo quedaban unas zapatillas deportivas. Recuerda la discusión que mantuvo con su marido respecto a ellas. Él, en plena crisis de los cuarenta, intentando volver a ser un adolescente se compró las zapatillas más caras y ostentosas que encontró: enormes, con cámaras de aire y una luz roja en el talón que se enciende al pisar, lo último. “Ni se te ocurra acercarte a mí por la calle con esas cosas puestas, que digo que no te conozco, ¿eh?, todo ese dinero malgastado para nada, que horterada”. Y ahora era ella la que las iba a llevar, se convertiría en carne de cañón, una causa de broma fácil, de escarnio, de vilipendio. “Sólo será hoy -se dijo- será un día horrible pero ignoraré cualquier comentario que escuche al respecto”. De modo que se cambió su traje por una camiseta blanca y nos vaqueros para no desentonar con el nuevo estilo de calzado.

De espaldas a la clase escribía el tema del día en la pizarra mientras lo pronunciaba en un perfecto inglés. Un cuchicheo débil podía apercibirse como un enjambre de abejas en movimiento. Escuchó que alguien mencionaba su nombre en medio de una conversación. Algunos la llamaban “la Borde”, otros “la Magno”, y en su presencia “la Seño”. No quería admitirlo, pero, efectivamente estaba ocurriendo lo peor, todos hablaban de ella y sólo era cuestión de minutos que alguno de los cabecillas de grupo la denigrara en publico. Temía especialmente a Félix, un mulato grandullón con gruesas cadenas de oro que era especialmente cruel.

Fue entonces cuando Félix, el rey de los villanos, la llamó con su voz grave, “Seño, Seño”.

Magnolia, tan aleccionada como estaba de no seguir el juego de burlones, lo ignoró. Pero el chico insistía, irritado por el caso omiso a sus llamadas de atención. Magnolia se mantuvo en su determinación por un instante pero después comenzó a flaquear.

La coordinación de su mano derecha comenzó a estar seriamente comprometida, su corazón palpitaba aprisa, podía notar una fuerte sacudida con cada latido y sudaba profusamente. Su hermoso rostro comenzó a transfigurarse: su grandes y preciosos ojos castaños empezaron a enrojecerse y parpadear rápidamente, sus labios, fruncidos, formaban una línea vibrante, su ceño, contrito, aguantaba cada vez más tensión, y ocurrió lo que temía más: explotó.

Primero fue un llanto silencioso, luego vinieron los hipos y luego los mocos. Sentada a su escritorio su aspecto y su postura inspiraba de todo menos formalidad, el pelo revuelto, la cabeza apoyada sobre la mesa, la hojas de la lección desteñidas de tanto líquido elemento, y aquellas zapatillas, cuánto las detestaba, por qué, por qué no se quedo “enferma” en casa. Ahora no sólo la ridiculizarían por su ropa sino, lo que es más grave, por su verdadero yo. Aquella mujer, aparentemente férrea, era, realidad, como una niña, una criatura soñadora y sensible. Aquello que la hacía adorable la dotaba al mismo tiempo de un halo de vulnerabilidad. Vulnerabilidad la cual ella intentaba ocultar tenazmente y que ahora estaba abiertamente expuesta.

El silencio se adueño del aula, entonces, un líder de los rebeldes habló.

-Seño, ¿está mala?, ¿alguien le ha hecho algo? -dijo Marcos demostrando una compasión hasta el momento desconocida en él.

-No te hagas el tonto ahora Marcos, los estaba escuchando, sé que se estaban burlando todos de mi ropa, lo escuché -decía sonándose con fuerza justo en la “ché”.

-Que no Seño, juraíto que no nos reíamos de usted -decía mientras besaba una imagen que llevaba al cuello.

-Y entonces ¿ese cuchicheo por ahí detrás?, escuché mi nombre, ¡hablaban de mi!, ¡no me mientan! -decía ella mientras se limpiaba los pegotes de máscara de pestañas con toda su voluntad.

-Félix díselo -dijo Marcos

Félix se acercó a la mesa y estrechando con su neumático brazo la pequeña espalda de su profesora se levantó su gigantesco pantalón de deporte hasta los tobillos.

-Seño, ¿sabe que yo también uso las convert-air? Y guiñándole un ojo se señaló a las zapatillas deportivas.

1 comentario:

Antonio Vega dijo...

Buenas noches. Mi nombre es Antonio Vega. Soy alumno del curso de factoría de ficciones impartido por Alexis Ravelo en la biblio. Vi tu comentario en el blog del taller. Te recomiendo vivamente que te inscribas en el que empieza en octubre. Merece mucho la pena. También tengo un blog donde cuelgo cosas que escribo. Si quieres pasarte, es lotofagosynenufares.blogspot.com.
Ya le echaré un vistazo al tuyo con más calma. saludos